VIAJES

LA CARRETERA DE LA MUERTE


Comencé a sospechar que algo muy importante estaba a punto de ocurrir ese día, cuando la abuelita de la casa me abrazó con lágrimas en los ojos y me susurró al oído: 

- ¡Que la Virgen de Copacabana los proteja en este viaje!.






Hasta ese momento desconocía que en esa jornada memorable iba yo a transitar por la vía más peligrosa del mundo, conocida ya internacionalmente como “La Carretera de la Muerte”.

El hecho que narro ocurrió en el mes de noviembre de 2004, año cuando visité Bolivia invitado por la universidad de Santo Tomás, de La Paz, para impartir varios cursos sobre publicidad, cine y periodismo.

Coroico
Javier y Elisa, los amables dueños de la casa donde me hospedaba, me habían invitado a visitar el pueblo de Coroico, una población  considerada como uno de los principales destinos turísticos de Bolivia, ubicada a 100 kilómetros de la capital de esa nación andina.

Ese paraíso tropical llamado Coroico es la capital de la provincia de Nor – Yungas, y se trata de un lugar pintoresco rodeado de montañas en el medio de la jungla, ideal para practicar el ecoturismo y propiciar el contacto directo con la naturaleza.

La región de los Yungas está ubicada en la selva amazónica de Bolivia, y por su clima cálido y húmedo es una de las zonas más ricas del país, al contener gran cantidad de especies animales y vegetales.

Al salir de la eternamente fría y elevada ciudad de La Paz en dirección hacia la selva, se comienza a notar de inmediato un aumento de la temperatura, así como un cambio en el color de la vegetación, pues el verde intenso del bosque sustituye el marrón que caracteriza a la capital y a todo el altiplano boliviano.

Sin embargo para llegar a ese lugar de ensueño todavía faltaba lo más temible e impresionante del recorrido: atravesar  un estrecho y largo camino de un solo carril que serpentea entre las laderas casi verticales de las grandes montañas.

En cualquier lugar del mundo una vía de este tipo funcionaría en una sola dirección, pero en esta ruta se utiliza para transitar en ambas direcciones, generando a veces situaciones de grave peligro que sólo pueden resolver choferes muy prudentes y responsables.

Además el riesgo es aún mayor por no tener este camino  estructuras de seguridad como los guardarraíles, que son barreras destinadas a reducir el riesgo de salida y el vuelco de los vehículos que pierdan el control.   

Al no existir esas barandas o quitamiedos, como también se les conoce, muchas veces los vehículos quedan con una rueda al borde del precipicio, provocando el pánico entre los pasajeros.

Mientras se avanza por este camino donde de un lado está la montaña y del otro nos asomamos con miedo al abismo más profundo, los choferes deben hacer sonar el claxon reiteradamente ante la proximidad de una curva, para anunciarle su avance a cualquier vehículo que venga de frente, y evitar de esta forma chocar con otro auto.

A pesar de la gran cantidad de adrenalina que fluye en el interior de mi cuerpo por el miedo a caer en el barranco infinito, el camino me deslumbra con una vista espectacular de la selva exuberante, donde también es posible apreciar las enormes plantaciones de café y plátano, y las cascadas que bajan de las montañas y bañan los vehículos.

Las estadísticas de los accidentes y personas fallecidas allí demuestran que esta vía es legendaria por su peligro extremo, y en el año 1995 el Banco Interamericano de Desarrollo la bautizó como el camino más peligroso del mundo.

Sin embargo después de disfrutar de los encantos de una ciudad tan hermosa como Coroico, recordaré siempre que logré sobrevivir  la carretera de la muerte, y que viví en esa ruta de espanto algunas de las experiencias más emocionantes de mi vida.







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