MARTÍ
RENACE CADA DÍA
Por Jorge Carlos Tamayo Milanés.
Los libros de historia aseguran que José
Martí murió el 19 de mayo de 1895, pero un hecho cierto es que el apóstol de la
independencia de Cuba resucita todos los días.
Más que una muerte, su caída en combate en el
sitio donde confluyen los ríos Cauto y Contramaestre, en el actual municipio de
Jiguaní, puede calificarse como el
nacimiento de un mito.
Ese día aciago su cuerpo inerme cayó por el
impacto de tres balas, pero en el mismo instante toda la savia contenida en su
ser material se transformó en una poderosa energía que hizo temblar la tierra,
conmovida por el dolor.
Días antes había recorrido su propio “vía
crucis”, esquivando riegos y dificultades en el empeño por alcanzar la añorada
independencia de Cuba, pasión a la cual entregó su vida.
Playita de Cajobabo, en la actual provincia de Guantánamo. |
Desde su llegada a Playita de Cajobabo, el 11 de abril de 1895, vivió jornadas
agotadoras, escaló altas montañas, durmió al sereno, con la frialdad de la
noche, caminó bajo el sol abrasador, la lluvia y rodeado por los peligros de la
guerra.
Sin embargo el Delegado del Partido Revolucionario
Cubano mantuvo siempre la firmeza y la resistencia, sin una sola queja, aunque
no estaba acostumbrado a estas difíciles faenas.
Así lo reflejó en la carta inconclusa a su
entrañable amigo mejicano Manuel Mercado, al referirse a su desembarco: “Llegué,
con el General Máximo Gómez y cuatro más, en un bote en que llevé el remo de
proa bajo el temporal, a una pedrera desconocida de nuestras playas; cargué,
catorce días, a pie por espinas y alturas, mi morral y mi rifle”.
Llegaba a Cuba para incorporarse a la guerra
iniciada el 24 de febrero de 1895, con el objetivo de unir a los cubanos y acabar
con la dominación española en la isla.
Mausoleo de José Martí en el cementerio de Santa Ifigenia, Santiago de Cuba. |
Estaba consciente de los peligros que lo acechaban
a cada paso: “ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y
por mi deber”.
Ya antes había escrito: “La muerte no es
verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”. En esta frase se resume el concepto martiano sobre
la resurrección, como la huella inmortal
de las acciones que se realizan en vida.
Al pronunciar su discurso “Los Pinos Nuevos”
el 27 de noviembre de 1891en el Liceo Cubano de la ciudad norteamericana de Tampa,
afirmó: “Otros lamenten la muerte
necesaria: yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el triunfo de la
vida”.
También
expresó que “la muerte da jefes, la muerte da lecciones y ejemplos, la muerte
nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida: ¡así, de esos enlaces
continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la Patria!”.
Aseguró,
igualmente, que “el árbol que da mejor fruta es el que tiene debajo un muerto”.
El Maestro dejó un legado imperecedero, y se
hace presente cada vez que evocan su nombre, cuando buscan sus libros, leen sus
magníficas cartas, recitan sus poesías, y aprenden con sus enseñanzas.
Se esmeró en la educación de los pueblos
hispanoamericanos, y la prueba más fehaciente está en el maravilloso tesoro que
constituyen sus Obras Completas, manantial inagotable para beber sus ideas y
pensamientos esclarecedores.
La caída en combate de José Martí reflejada en una pintura de Carlos Enríquez |
Conocido también como “el más universal de
los cubanos”, Martí fue un hombre cosmopolita con una capacidad intelectual
sorprendente para su época, y pudo vivir rodeado de riquezas trabajando como
periodista o abogado en cualquier capital europea o en Estados Unidos.
Sin embargo su destino estaba enraizado con
el de Cuba. Ese fue el camino que él
escogió con la satisfacción de quien cumple un deber ineludible, su objetivo principal y
supremo.
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