sábado, 18 de mayo de 2013

RESURRECCIÓN DE MARTÍ




MARTÍ RENACE CADA DÍA
                   

Por Jorge Carlos Tamayo Milanés.

Los libros de historia aseguran que José Martí murió el 19 de mayo de 1895, pero un hecho cierto es que el apóstol de la independencia de Cuba resucita todos los días.

Más que una muerte, su caída en combate en el sitio donde confluyen los ríos Cauto y Contramaestre, en el actual municipio de Jiguaní,  puede calificarse como el nacimiento de un mito.

Ese día aciago su cuerpo inerme cayó por el impacto de tres balas, pero en el mismo instante toda la savia contenida en su ser material se transformó en una poderosa energía que hizo temblar la tierra, conmovida por el dolor.

Días antes había recorrido su propio “vía crucis”, esquivando riegos y dificultades en el empeño por alcanzar la añorada independencia de Cuba, pasión a la cual entregó su vida.

Playita de Cajobabo, en la actual provincia de Guantánamo.
 Desde su llegada a Playita de Cajobabo,  el 11 de abril de 1895, vivió jornadas agotadoras, escaló altas montañas, durmió al sereno, con la frialdad de la noche, caminó bajo el sol abrasador, la lluvia y rodeado por los peligros de la guerra.

Sin embargo el Delegado del Partido Revolucionario Cubano mantuvo siempre la firmeza y la resistencia, sin una sola queja, aunque no estaba acostumbrado a estas difíciles faenas.

Así lo reflejó en la carta inconclusa a su entrañable amigo mejicano Manuel Mercado, al referirse a su desembarco: “Llegué, con el General Máximo Gómez y cuatro más, en un bote en que llevé el remo de proa bajo el temporal, a una pedrera desconocida de nuestras playas; cargué, catorce días, a pie por espinas y alturas, mi morral y mi rifle”.

Llegaba a Cuba para incorporarse a la guerra iniciada el 24 de febrero de 1895, con el objetivo de unir a los cubanos y acabar con la dominación española en la isla.

Mausoleo de José Martí en el cementerio de Santa Ifigenia, Santiago de Cuba.
Estaba consciente de los peligros que lo acechaban a cada paso: “ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber”.

Ya antes había escrito: “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”.  En esta frase se resume el concepto martiano sobre la resurrección,  como la huella inmortal de las acciones que se realizan en vida.

Al pronunciar su discurso “Los Pinos Nuevos” el 27 de noviembre de 1891en el Liceo Cubano de la ciudad norteamericana de Tampa,  afirmó: “Otros lamenten la muerte necesaria: yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el triunfo de la vida”.

También expresó que “la muerte da jefes, la muerte da lecciones y ejemplos, la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida: ¡así, de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la Patria!”.

Aseguró, igualmente, que “el árbol que da mejor fruta es el que tiene debajo un muerto”.

 
El Maestro dejó un legado imperecedero, y se hace presente cada vez que evocan su nombre, cuando buscan sus libros, leen sus magníficas cartas, recitan sus poesías, y aprenden con sus enseñanzas.

Se esmeró en la educación de los pueblos hispanoamericanos, y la prueba más fehaciente está en el maravilloso tesoro que constituyen sus Obras Completas, manantial inagotable para beber sus ideas y pensamientos esclarecedores.

La caída en combate de José Martí reflejada en una pintura de Carlos Enríquez
Conocido también como “el más universal de los cubanos”, Martí fue un hombre cosmopolita con una capacidad intelectual sorprendente para su época, y pudo vivir rodeado de riquezas trabajando como periodista o abogado en cualquier capital europea o en Estados Unidos.

Sin embargo su destino estaba enraizado con el de Cuba.   Ese fue el camino que él escogió con la satisfacción de quien cumple un  deber ineludible, su objetivo principal y supremo.


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