martes, 27 de noviembre de 2012

LOS PINOS NUEVOS DE JOSÉ MARTÍ



FUSILAMIENTO DE LOS OCHO ESTUDIANTES DE MEDICINA


 
El 27 de noviembre de 1871 fueron injustamente fusilados en La Habana ocho inocentes estudiantes del primer curso de Medicina, hecho que se recuerda cada año como una triste efeméride.

Al pronunciar su discurso “Los Pinos Nuevos” el 27 de noviembre de 1891en el Liceo Cubano de la ciudad norteamericana de Tampa,  afirmó: “Otros lamenten la muerte necesaria: yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el triunfo de la vida”.

En ese acto conmemorativo por el vigésimo aniversario del injusto fusilamiento por las autoridades españolas de 8 estudiantes de medicina en La Habana, también expresó que “la muerte da jefes, la muerte da lecciones y ejemplos, la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida: ¡así, de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la Patria!”.

Aseguró igualmente que “el árbol que da mejor fruta es el que tiene debajo un muerto”.

Estatua de José Martí en La Habana
En esa ocasión Martí convocó a los presentes a rendir homenaje a los niños mártires, pues “Todo convida esta noche al silencio respetuoso más que a las palabras: las tumbas tienen por lenguaje las flores de resurrección que nacen sobre las sepulturas: ni lágrimas pasajeras ni himnos de oficio son tributo propio a los que con la luz de su muerte señalaron a la piedad humana soñolienta el imperio de la abominación y la codicia”.

Era la tarde del viernes 24 de noviembre y los alumnos del primer curso de Medicina esperaban en el Anfiteatro Anatómico la llegada de su profesor, doctor Pablo Valencia y García, quien a las 3:00 p.m. debía impartir una clase de Anatomía.

El anfiteatro estaba ubicado en lo que hoy es la calle San Lázaro entre Aramburu y Hospital, muy próximo al cementerio de Espada que en aquella época no se había aún clausurado.

Al enterarse los estudiantes de que demoraría la llegada del profesor, por un examen que tenía en el edificio de la Universidad, situado entonces en la calle O'Reilly esquina a San Ignacio, se dispusieron varios a asistir a las prácticas de disección que explicaba el doctor Domingo Fernández Cubas. Algunos entraron en el cementerio y recorrieron sus patios, pues la entrada no estaba prohibida para nadie.

Otros, al salir del anfiteatro, vieron el vehículo donde habían conducido cadáveres destinados a la sala de disección, montaron en él y pasearon por la plaza que se encontraba delante del cementerio.

Los nombres de estos últimos eran Anacleto Bermúdez, Ángel Laborde, José de Marcos y Juan Pascual Rodríguez. Por otra parte, un joven estudiante de 16 años llamado Alonso Álvarez de la Campa, tomó una flor que estaba delante de las oficinas del cementerio.

El vigilante del cementerio nombrado Vicente Cobas, mortificado porque aquel grupo de jóvenes “había descompuesto sus siembras”, hizo una falsa delación al gobernador político Dionisio López Roberts, el cual dijo que los estudiantes habían rayado el cristal que cubría el nicho donde reposaban los restos de Gonzalo Castañón.

Esa declaración de Cobas, cuyas funestas y terribles consecuencias ni él mismo previó, fue motivo para que el gobernador fraguara con increíble prontitud un plan para elevar su “prestigio” ante sus superiores.

El gobernador político Dionisio López Roberts, tras visitar el cementerio, trató de apresar primero a todos los estudiantes de segundo año de Medicina asistentes a la clase del profesor Juan Manuel Sánchez Bustamante y García del Barrio quien, con el respaldo y protección enérgica a sus discípulos, impidió la consecución de tan cruel propósito.

Sin embargo, el panorama fue completamente distinto con los alumnos de primer año del profesor Pablo Valencia, quien asumió una actitud muy cobarde ante tal situación al permitir el encarcelamiento de 45 de sus 46 alumnos de Anatomía Descriptiva, se condujeron a la cárcel, a la que entraron a las 8:00 p.m. del sábado 25 de noviembre.

Al día siguiente, bajo las órdenes del Segundo Cabo, General Crespo, por encontrarse ausente el Conde de Balmaceda, los estudiantes fueron procesados en juicio sumarísimo.

Desde la medianoche del día 26 hasta bien entrada la mañana del 27 demoró la decisión del rigor de la sentencia y del número de prisioneros que se someterían a ella.

Los estudiantes fueron procesados seguidamente una segunda vez, donde se determinó que, tanto el estudiante que había arrancado la flor y los 4 que habían jugado con el vehículo se debían condenar a la pena máxima y otros 3 escogidos al azar para llevar a cabo el escarmiento.

El consejo de guerra firmó la sentencia a la 1:00 p.m. y, leído el fallo a los ocho estudiantes que debían morir, entraron en la capilla poco antes de las 4:00 p.m. Después de permanecer allí por espacio de media hora, se les condujo con las manos esposadas y un crucifijo entre ellas hasta la explanada de la Punta, donde se llevaría a cabo la ejecución.

Frente a los paños de pared formados por las ventanas del edificio usado como depósito del cuerpo de ingenieros, se colocaron de 2 en 2, de espaldas y de rodillas a los infelices inocentes, fusilados a las 4:20 por el piquete de fusilamiento al mando del capitán de voluntarios Ramón López de Ayala

Momentos antes, en la capilla, habían dejado sus últimos mensajes, tanto a familiares como a amigos. Fueron notas breves, con detalles aparentemente de poca importancia, ante lo que ya era la muerte inminente, pero no por ello menos desgarradores.

Eladio solicitaba a Cerra que, como prueba de amistad, conservara un pañuelo en posesión de Domínguez y que diera a éste el que le acompañaba.

Anacleto pedía que padres y hermanos se consolaran pronto y entregaran a Lola su sortija y leontina para que siempre se acordara de él.

Alonso reiteraba a los suyos un querer entrañable y la fe de ver a los padres en la gloria.

Pascual decía a Tula nunca haber creído verse en un caso así, porque había sido hombre de orden.

Ángel, en el adiós definitivo, afirmaba: muero inocente, me he confesado.

Los cadáveres fueron trasladados a un lugar extramuros de lo que actualmente es el Cementerio de Colón y conocido con el nombre de San Antonio Chiquito, acompañados por una compañía de voluntarios. No se permitía a los familiares el reclamo de sus muertos para darles sepultura.

La tragedia, que concluyó el 27 de noviembre, se ha expuesto generalmente como hecho aislado, limitada a una inocente travesura estudiantil bárbaramente castigada por el régimen colonial, sin relación alguna con la lucha que libraban los cubanos por su independencia.

Este oscuro hecho fue un escarmiento ejemplar que quiso dar España ante el desarrollo insurreccional para desatar el terror y demostrar así la medida de los extremos a que podía llegar un sistema agonizante. Tanto el abominable crimen, como el inconcebible proceso judicial que lo precedió, contribuyeron a fortalecer el sentimiento independentista de los cubanos.

La fecha del 27 de noviembre se conmemora en Cuba como día de Duelo Nacional.

 
En memoria a los jóvenes fusilados injustamente, se encuentra este Monumento a los ocho estudiantes de medicina, a la salida del Túnel, a la izquierda del Malecón habanero.

El Monumento es un templete de estilo griego que rodea el sector de la pared en que los ocho estudiantes fueron fusilados.   Tiene ocho columnas de mármol, y encierra en gran parte el paredón de fusilamiento, donde además se conservan las huellas de las balas que causaron la muerte de los jóvenes.

Esta pared resultó conservada por gestiones realizadas por Fermín Valdés Domínguez y formaba parte de los barracones de ingenieros, edificio demolido en el año 1901.

Además hay una placa de mármol blanco rodeada de una sencilla corona grabada en negro, que señala la palabra INOCENTES.

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